SENDEROS DE ARTE Y ALEGRÍA QUE CONECTAN MUNDOS
La Gira “Vy'a Renda Paraguay” es un proyecto
social y cultural que se manifiesta en forma de gira artística por diversas
geografías del Paraguay, año a año, desde el 2010. Es una iniciativa del grupo
La Cháchara, con sede en Sevilla (España). Del 22 de mayo al 19 de junio, los
artistas estuvieron andando nuevamente por los senderos de la alegría en
Tacuatí, San Pedro. Aquí la crónica de esa parada.
Por
Patricia Lima*
En una caja grande de cartón caben muchos libros de cuentos. Ochenta y siete.
Si se los ordena poniendo los libros más grandes debajo, y los chiquitos en los
huecos, hasta podrían entrar doce o trece más. Eso, y tres cajas para tomates
pintadas de lila, amarillo y celeste, es lo que se necesita para montar la
biblioteca viajera. Eso y poco más permitió abrir una puerta a la imaginación
de más de mil niños y adolescentes de once escuelas y colegios de Tacuatí que participaron
este año de funciones de la novena edición de Gira Vy’a Renda Paraguay.
En algunas de
las escuelas se necesitó incluso menos: una guitarra o un ratoncito hecho de
goma espuma y media reciclada… Eso, y artistas, claro. Gigantes artistas, de
los genuinos. De esos que tienen la vida comprometida con conectar pueblos y
sueños, a través del arte.
Marco
Flecha Torres pasó su infancia en Tacuatí, en el límite del departamento de San
Pedro, a 330 kilómetros al norte de Asunción, a orillas del río Ypané. Vivió
además en Concepción, Luque, Asunción y Choré. Estudió periodismo, fue cronista, actor y profesor de teatro
popular, hasta que en 2007 viajó a Sevilla, la tierra de su compañera Ángeles
Fernández, y juntos crearon La Cháchara, una agrupación cultural. Allí nacieron
Saite y Ara. Y se fueron forjando en el oficio de narradores de historias y
haciendo de puente entre Andalucía y Paraguay.
Marco es
puro cuento. “Cuando Marco te quiere
llevar a Tacuatí, te dice que allí pasa la línea de la felicidad, y que podés
cruzarla o quedarte sostenido sobre ella. Y bueno, ¿quién no quiere ser feliz?
Te convence y te vas”, relata Zuni Leguizamón, actriz y directora de teatro
popular, de Itauguá, con quien comparten proyectos desde hace más de 20 años.
Marco habla de Tacuatí todo el tiempo a sus colegas cuenteros de Iberoamérica y
Europa, y así los engancha al proyecto que inició en el 2010 y se sostiene
ininterrumpidamente cada año, a veces con apoyo institucional, y la mayoría de
las veces, sin él.
De la
primera gira participaron 7 cuenteros, de 7 nacionalidades diferentes. Se
encontraron en Buenos Aires y vinieron juntos en un ómnibus. Acamparon en la
casa de los abuelos maternos de Marco. La casa familiar de los Torres, se
convirtió desde entonces en un corazón abierto, que recibe cada año con
sencillez y hospitalidad a todos los viajeros artistas y su comitiva. A veces
son más de veinte personas. Los pisos de los cuartos de madera se cubren de
colchones y colchonetas, y el corredor se siente como que late. La casa está
acostumbrada al barullo. Debajo de su techo de paja y puntales de tacuara se
gestan peñas entrañables al son de guitarras desde hace más de medio siglo. Desde
la época en que el abuelo Torres, antiguo caudillo del pueblo, criaba a sus 14
hijos. Algunos le salieron políticos como él. Alguna, como Pina, se enamoró de
Atilio Flecha, un profesor socialista, y le dio 7 nietos artistas. Marco es el
segundo de los Flecha Torres.
“¿Por qué
Tacuatí? Porque Tacuatí es mi pueblo y yo aquí fui muy feliz”- responde con simplicidad
Marco, cuando Ana Carmen, de 5 años -la hija de Zuni-, asume el rol de
entrevistarle sobre los inicios del proyecto: “Señor Marco, ¿por qué en
Tacuatí?”, repite Ana, la pregunta que le soplan al oído. No había escuchado la
respuesta por el traqueteo en el asiento trasero de la camioneta, en medio de
títeres, libros, disfraces y parlantes. Los artistas están camino a una
escuelita en el asentamiento de Tacuatí Poty, cruzando pastizales de maíz y
huertas de agricultura familiar, preguntándose dónde queda la “espesura del
monte” que aluden las crónicas de los diarios capitalinos, cuando de tanto en
tanto aparecen delitos atribuidos al EPP, una supuesta guerrilla que opera en
la región. Acaso también existan los cuentos perversos.
Y no es con
ánimo de sacarle mérito al cuentero, pero Tacuatí embruja y se va narrando
sola. Los personajes emergen de su tierra roja, todo el tiempo, en el transcurso
de los cuatro días que dura La Gira. Aparece el borracho del pueblo en medio de
la fiesta de San Juan, que aplaude entusiasmado hasta las lágrimas la comedia kachiãi (Cómica, popular). Aparece
el cura párroco italiano preocupado por que no se consuma alcohol en la plaza y
que interrumpe la función a los gritos: “¡Paren la obra, paren la obra!, ¡hay
borrachos!” En escena, los dos actores que interpretaban a dos malandrines
pasados de copas se miran desconcertados. “¡Qué no! ¡Que hay borrachos fuera
del escenario!”-aclara. Ya no todos llegan a escuchar la justificación. No
importa mucho. Tacuatí, todo el tiempo, rezuma imágenes, que son de drama y
comedia. Aparecen historias de pérdidas y riñas. De romances y fugas. Aparece la
esposa del comisario que le invita torta de cumpleaños al borrachín pero lo
mantiene controlado con un único y firme gesto de enojo cada vez que empieza a
reírse demasiado. Aparece una novia extranjera. Aparece un primo que recorre el pueblo en
bicicleta con su equipo de sonido colgando del manubrio. Aparecen historias de
ahogados al intentar cruzar el río Ypané. Aparecen amores grabados en piedra a
la vera de su playa de almidón. Aparece, incluso, y lo escuchan todos, un
caballo fantasma.
En esa
atmósfera de mitos, los seis artistas recorren las once escuelas en maratónicas
jornadas. Se trabaja intensamente, con compromiso, con alegría. Annia Sánchez y
Antonio Canet, actores y músicos cubanos radicados en Paraguay, encantan a
adolescentes con una amalgama de canciones jocosas y poemas de José Martí y
Nicolás Guillén, mezclada con clase obligada de geografía, para enseñar a los
chicos dónde queda la maravillosa isla de donde vienen. Adriana Felicia,
cuentera y titiritera de Rosario, Argentina, emociona a niñitos con la aventura
del miedoso Pepito Palante, un ratón de biblioteca que se pasea sigiloso por las
páginas de un libro de cuentos. Zuni, con Mavi Gómez, de Caaguazú, hacen reír a
carcajadas con la intención de una bruja de robarse los sueños para hacerse
millonaria. En el patio, Patricia ayuda a Ana Carmen a montar la bibliotequita popular viajera Félix
Fernández, para que, como lo explica Zuni, “los niños puedan acercarse a
los libros y a los títeres y vean que no son cosas de otro mundo, que pueden
ser parte de sus vivencias cotidianas”.
Una
generación de niños y adolescentes ya han crecido en Tacuatí esperando a La
Gira. Los que los escucharon por primera vez a los seis años, hoy ya tienen 15.
“La mayoría de estos chicos, en dos o tres años, ya no van a estar aquí,
dejarán el pueblo… aquí no hay oportunidades”, reflexiona, con un dejo de melancolía,
don Atilio.
Tal vez,
sí, elijan marcharse. Pero posiblemente lo hagan más alegres y más libres. Por
la oportunidad de soñar que le dan los cuentos que ya son parte de su vida. Y
posiblemente, como Marco, elijan retornar. Y tejer puentes y hermandades que
conecten el mundo. Porque, como cuentan los que saben, uno siempre vuelve a los
lugares donde ha sido feliz.
*Patricia Lima es periodista y activista social
de Asunción, Paraguay. Trabaja actualmente en el área social de la
Municipalidad de la capital.
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